Ya falta menos de una semana para las elecciones y me escucho diciendo lo mismo que tantos otros: No se a quién votar. Sinceramente no me acuerdo de un político que tuviera aceptación popular por sus obras más que por su carisma durante el período previo a las elecciones. Tal vez los más grandes se acuerden. Y se supone que debería tener alguna convicción sobre mi decisión, algún deseo, un impulso que me haga decir "Este es mi candidato". Pero no, che, nada. Sucede que en política no es lo mismo que en la fe. La fe es la certeza en las cosas que no se ven, pero uno no cree en un candidato por las acciones que no conoce de él, sino que le cree, tiene confianza, por los aportes que pudo haber hecho, luego por sus propuestas. Porque no estamos esperando un Salvador. Estamos esperando a alguien que nos represente. En estas elecciones me siento un poco como Santo Tomás Apóstol: «Si no toco, si no veo, si no meto mi dedo en el agujero de los clavos y mi mano en su costado, no cree...